martes, 2 de mayo de 2023

I.A.


I.A

(Al amigo Emilio, de Cayado

de Sándalo, que el otro día

también escribía sobre esto).

 

Entenderéis enseguida que con mis años, no estoy en contra de los avances de la ciencia.

Cuando uno viene de los vagones de tercera y los viajes que duraban un día. Cuando para hablar por teléfono con Madrid, echabas una mañana. Cuando durante mucho tiempo, el único pescado que entraba en tu casa era el bacalao. Cuando los coches funcionaban con “gasógeno” y las ruedas se “recauchutaban”. Cuando recibir un “telegrama” era un mal presagio y el dinero era sonante y contante, o no era.

Cuando recuerdo y miro los avances actuales, no tengo por menos que olvidarme de aquel dicho poco real y edificante que decía, “todo tiempo pasado fue mejor”.

Todo eso viene a cuento de esa I.A., de la que tanto se viene hablando últimamente.

A mí, que no ando sobrado de conocimientos cibernéticos, me  resulta un poco dificultoso el explicar en qué consiste eso de “la inteligencia artificial”. Dicho de una manera un poco pedestre, viene a consistir en que los ordenadores piensen y actúen como lo hacemos nosotros, que dicho sea de paso tampoco, es muy meritorio con los tiempos que corremos.

Pero se me ocurren algunas consideraciones, que explicaré al canto y que me hacen pensar a simple vista, que la cosa no parece fácil.

Comienzo mis dudas:

¿Dónde será exiliada la imaginación?

¿Se confeccionará una nueva ley de Vagos y Maleantes, para los portadores de ilusiones?

¿Se edificará un mausoleo para enterrar los latidos, no programados, de los que se enamoran?

¿Habrá un búnker donde salvaguardar las fantasías?

¿Qué hacer con ese milagro del duende “que quema la sangre, como un tópico de vidrios” (Lorca, dixit), que solo algunos cantaores elegidos consiguen, en noches de vino, suspiros y camisas rotas?

¿Qué haríamos si a Mafalda le surgiera una hermana gemela?

¿Con qué algoritmos conseguiríamos los majestuosos registros de la garganta de Billie Holiday, cuando grita de venganza y susurra de amor?

¿Qué tecla habrá que tocar para conseguir la desconocida, implacable y maravillosa improvisación de John Coltrane?

 

¿Nombraríamos a Johann Sebastian Bach persona “non grata”?

¿Dónde se congelará esa luz que nace de los poetas y permite que la vida sea vista de otra manera?

Pero hay algo que me preocupa mucho más: ¿podrán ser utilizados esos algoritmos por un millonario loco, que se haga cargo también de nuestras libertades?, ¿o por alguien a quien no le gustas y es capaz de dominar esas demoniacas técnicas?

Afortunadamente, no espero que yo pueda sufrirlo, pero qué pena me da aquellos que tengan que vivir con sueños precocinados, suspiros congelados y latidos en conserva.

 

 

 

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