martes, 4 de septiembre de 2018

UN DÍA EN LA PLAYA





UN DÍA EN LA PLAYA
                                                                                     14/08/2018

En el paseo donde habito este verano, los pájaros acostumbran a gritar temprano desde las acacias.

No es que me molesten, que uno ya acostumbra a madrugar según el decreto de los años, pero es que con su alegre sinfonía, parece como si llamaran a rebato a los visitantes de la playa.

El mar de enfrente sigue a los suyo, sin reparar en gritos y aleteos, mientras las olas, mansas y constantes, refrescan la arena de la orilla, pensando en los castillos de los niños.

No sé si por el aviso de las aves, la premura de los más pequeños o las ansias de proximidad de los mayores, lo cierto es que, de aquella playa virginal y primeriza apenas queda alguna gaviota despistada,  el hombre de las hamacas que coloca las últimas sombrillas y el penúltimo repartidor de Cruz Campo que se acerca al chiringuito.

Una sirena, morena de L´ Oreal e interminables horas al sol, termina varada donde las olas rompen, aunque no sepa mucho de Alejandro Casona y si de whatsApp y emoticones.

Una madre primeriza, persigue al hijo con el plátano en la mano, mientras este solo sabe de transportar cubos de agua, para el agujero en la arena que le hizo su padre al llegar.

Pretendo leer, pero aunque la ficción es interesante y me arrastra, es mucho más importante la vida de esta mañana de playa.

El niño sigue transportando agua a la orilla, la madre, cansada del seguimiento, abnegada y olvidando los mandamientos de la dieta, ha terminado por comerse el plátano, ahora rebozado de arena.

El padre, sigue absorto con el Marca, que queda mucho por leer aunque España haya sido eliminada. Pero quedan las dudas existenciales de Ronaldo, que duda entre pagar lo debido a Hacienda y entre un avión nuevo para su nueva miss.

Algún desalmado, intenta poner su toalla delante de ese matrimonio instalado al borde con sus dos sillas, su sombrilla y la bolsa de los arcanos, y termina por levantar el campo ante los improperios de los que se saben propietarios del lugar por madrugadores y pioneros.

Mientras, Mario Conde ese policía que solo quiere ser escritor, trata de engancharme, con su humor literario y decadente, en la novela “Vientos de Cuaresma” de Leonardo Padura, con su protagonista femenina Karina tocando desnuda el saxo, una pareja de muchachas pasean por el borde del mar, mostrando la casi total desnudez de sus cuerpos que lucen su rotundidad con pasos caribeños y brillos de piel casi cubana.

Bajo una sombrilla tres orondas mujeres hablan de sus cosas, mientras los maridos acrecientan la medida de sus cinturas a base de cervezas, papas, aceitunas y boquerones en vinagre, importándoles poco la llamada del agua.

Un moreno, sin necesidad de aceites y horas tumbadas al sol, se acerca a las mujeres mientras portea toda una tienda de vestidos playeros, gafas, relojes, sombreros de paja y camisetas de marcas conocidas.

Ante su petición, descarga parte de su pesada carga y se dispone a enseñar vestidos, pareos y pamelas.

La playa se hace mercadillo y probador, como en un Corte Inglés desinhibido y triste.

Vuelvo de mi chapuzón refrescante y todavía sigue el chalaneo.
Al final, el negrito, harto de tanta cháchara y manoseo, vuelve a soportar su pesada carga, sin haber conseguido aminorarla ni en un gramo, mientras las mujeres siguen sonriendo, comentan lo que se han divertido. Por su posterior conversación me entero, que no pensaban comprar nada, ya que ni tenían monedero ni pensaban llamar a sus maridos, que por cierto habían cambiado de “chiringuito”.

Vuelvo a la novela: El Flaco, le dice a Conde: “Ojalá te salgan bien las cosas, mi hermano. La gente buena merece tener un poco más de suerte en la vida.”

El Conde pensó que tenía razón: el Flaco era la mejor persona que conocía y la suerte le había vuelto la cara. Pero aquello le parecía inaceptablemente patético y, buscando una sonrisa, le respondió:

.- Ya estás hablando mierda, asere. Los buenos se acabaron hace rato.”

El niño, cansado de tanto inútil trasiego, sentado bajo la sombrilla, le dice a su madre que tiene hambre y que quiere un plátano.







9 comentarios:

  1. No sé por qué me estaba imaginando ese final :-)
    Un abrazo.

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  2. ¿Como te llevas un libros a un lugar donde pasan tantas cosas?

    Un abrazo.

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  3. Un día en la playa cada uno disfruta a su manera y el mar en sus miradas.

    Besos.

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  4. Jajaja qué bien lo has expresado lo que podemos ver y escuchar en un día de playa. Ahora lo que más me ha llamado la atención es lo del niño, la madre y el jodido plátano.

    Abrazo JUAN.

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  5. Nunca se me ha ocurrido pensar en todas las cosas que pasan cerca, que las veo y no las miro, has tejido un episodio de vida diaria con el arte de terminar el monologo donde lo empezaste, con un plátano. ¡Genial! abrazos

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  6. Jajaja, que escrito tan bueno, como has reflejado todo en pocas palabras y con que gracia. Precioso!!! Y me recuerda además mis días de playa. Me ha entrado algo de nostalgia...

    Muchos besos, Juan.

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  7. jaja, muy buena la entrada. Crónica de una playa en verano. La vida es así de rica y ruidosa, lo que hace que algunos párrafos del libro de nuestras manos se desbaraten y tengamos que leerlos de nuevo. Pero qué vida respiran las playas en verano y qué paz cuando se va la gente, ¿no?

    Un abrazo

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  8. Hay que ver que relato tan exhaustivo desde la playa, ese tiempo tan relajo junto al mar hace que cada detalle o comentario quede atrapado en la mente…

    Un cálido abrazo Juan.

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  9. Un día de playa es de lo más gratificante y energetizante que hay, si le sumas el placer de la lectura... ni te cuento amigo Juan.

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