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Jonás tardó bastante en decidirse, pero al final, liándose la manta a la cabeza, cambió de domicilio.
Su vieja casa del pueblo, con tantos achaques como él, necesitaba una cura de urgencia que, dada la precariedad de su maltrecha anatomía, no merecía la pena acometer.
Eran ya muchos los que habían decidido abandonar el pueblo, mudándose a una moderna urbanización aledaña, donde sus nuevos edificios, acogedores parques, fácil comunicación y bellos panoramas, eran un poderoso reclamo para cambiar la motona vida a la que últimamente estaba condenado a vivir.
Con los escasos enseres que había conseguido reunir en su ya larga existencia, se aposentó en su nueva casa, después de afanarse en decorarla de la mejor manera posible, dispuesto a disfrutar de una vida que se le antojaba más nueva y prometedora.
En los primeros días recibió la visita de antiguos amigos del pueblo abandonado, lo que le hizo rememorar los alegres tiempos pasados, al tiempo que con sus bellos mensajes de amistad, le hicieron sentirse cómodo y seguro en su nueva andadura.
Cuando Jonás conoció los laberintos de la nueva urbanización, se dedicó a visitar lugares, que por su particular belleza le resultaron agradables.
Se asomó a sus patios y después de admirar la belleza de sus contenidos, dejó recado de su visita con palabras que pretendían ser adelantos de amistad.
Fueron pocos los que oyeron estas palabras. Si acaso, unos someros y asépticos agradecimientos Solos aquellos que ya se conocían de antemano, siguieron brindando su cariño y se interesaron por sus nuevas vivencias.
Jonás entendió que esta era otra vida distinta, más cosmopolita, menos vecinal y pese a ello no perdió sus buenas costumbres, saludando siempre a los que se encontraba por las calles, aunque, en muchas ocasiones, ni siquiera recibiese la barata dadiva de la respuesta.
Pasa el tiempo y la soledad suele ser la cerril compañera de los nuevos días de Jonás.
Disfruta de la galanura de su urbanización, pero no encuentra motivos para nuevas inquietudes, novicias intimidades, comunes intenciones.
Mira el buzón de su casa y lo encuentra vacío y sin latidos. Y da su paseo diario, sintiéndose un desconocido, un intruso en la nueva ciudad.
Algunas veces, cuando los recuerdos y la nostalgia se enseñorean en su mente se acerca al cercano pueblo, para sentirse un poco seguro pisando tierra conocida, pero también allí se siente extraño.
Su casa está como la dejó, aunque un poco más vieja, Entra y recorre las habitaciones donde se sintió tan feliz, aunque un cierto olor a humedad y moho le hacen salir de nuevo.
Vuelve a su nueva urbanización, se sienta a la puerta de su casa, esperando que algún paisano, se pare a saludarle y hablen de sus cosas.
Pero teme que aquí la gente va más deprisa, tienen sus consolidadas amistades y sus perentorios quehaceres y no pueden gastar su preciado tiempo con un recién llegado que tiene poco que ofrecer.
Jonás espera poca atención, pero lo sigue intentando.
._ ¡Buenos días amigo! ¿Qué se cuenta de nuevo?
Se mete en su nueva casa, sin obtener una respuesta. La soledad no es capaz de borrarle su sonrisa.
Le quedan todavía un montón de abrazos que ofrecer.
Jonás, tal vez creó su propia soledad, tal vez esos abrazos necesiten no saber a soledad...
ResponderEliminarUn placer visitarte, Juan.
Saludos muchos.
Es un texto precioso, de esos de conmueven el alma por esa triste realidad, imagino esa sonrisa intacta con tanto y tanto que ofrecer.
ResponderEliminarMe ha encantado, un beso muy grande Juan
Hay soledades que sonrién, saben que no es para siempre.
ResponderEliminarSaludos, Maite.
Las mejores soledades, son las buscadas...muy buen texto...:)
ResponderEliminarHermoso cuento, Jonás. Pienso y repienso qué nos va a enseñar esta soledad, y ahí me pongo en tu misma piel, aunque con aspecto de luna. Soy de las pocas quizá que considera que todo lo que sucede es una recompensa, por lo que en este aparente abandono algo muy bueno nos debe estar sucediendo, aún cuando no se lea, no se encuentre, no aparezca...tantos no..! Igualmente me quedo en mi casa y procuro quitarle brillo a la nostalgia, esa fastidiosa...Un abrazo Juan
ResponderEliminarBuenas tardes Juan, pasaba por aquí y al verte sentado en la puerta de tu casa, en tu indestructible silla de mimbre me he dicho- voy a saludar a mi buen amigo que unas cuantas palabras son lazos de amistad y de buen vecino, esperemos que el buen Jonás se adapte a su nuevo domicilio y que sus vecinos no aten los saludos con miradas de in diferencia.
ResponderEliminarUn abrazo amigo
Es curioso, a mí me pasó un poco como a Jonás cuando me vine a vivir a la nueva urbanización. De hecho había -y sigue habiendo- gente que miran para otro lado por no saludar. Pero yo, cabezota como soy, me empeñé en que las cosas no fueran así. Llegué a invitar a los vecinos a cenar a mi casa (buena excusa para ponerme a cocinar). Algunos ni respondieron la invitación, tal como le pasó a Jonás; pero los que respondieron, mantuvimos después estrecho contacto y hoy puedo decir que son más que vecinos, mis amigos.
ResponderEliminarPero sí, entiendo lo que quieres decir con el frenético ritmo de las ciudades. No todo el mundo tiene un segundo para pararse a saludar.
Un abrazo. Otro para Jonás, que no los eche de menos...