Fotografía del autor.
La mañana nació luminosa, con esa claridad rabiosa de un sol
que no puede ser difuminado.
La autovía desgrana el monótono rosario de kilómetros,
mientras nuestras miradas se turnan entre los girasoles que jalonan el paisaje
de nuestra derecha y una barrera, de verde salpicado de adelfas blancas y
rosas, que nos separan de los que vienen del sur.
De vez en cuando, en el centro de un enorme espacio reseco y
acotado, ocupando la cima de una loma, un cortijo rodeado de verdor, se asemeja
a un solitario engarzado en un redondel inhóspito y pedregoso.
Hemos decidido que el centro de este viaje, desde donde
haríamos nuestras visitas, sería San Fernando. Todo nos cogía a mano desde este
pueblo, ubicado en el corazón mismo de la Bahía de Cádiz, que parece le cuesta
trabajo separarse de la capital y alarga su brazo para no soltarla.
Muy cerca de San Fernando, existe un islote llamado Sancti
Petri, donde se dice que estuvo el templo de Hércules. Lo mas seguro es que
este pueblo gaditano esté asentado en esa franja de tierra hecha con sedimentos marinos, viejas ánforas,
conchas y nácares, mármoles vetustos, trozos de dioses paganos, argamasado con
viejas historias.
Pero también está hecho, con el amor de esa mar mansa y
quieta de la bahía y ese entrante
frío de mar atlántica, que parecen
acunar a los habitantes de la antigua Isla de León.
Está hecho con la luz blanca de las salinas y con esos
esteros de los que decía Alberti, que rezumaban azul de mar.
Está hecho con la tristeza de esos puestos de trabajo
irremediablemente perdidos pero con la alegría innata de quién está siempre dispuesto a creer en promesas.
Viven sus habitantes, rodeados de mar, pero sin perder el
contacto con la tierra segura, gracias al Puente Zuazo, por donde entramos con estrella de luz en los ojos y
por donde volveremos a la tierra ancha cuando digamos adiós y gracias.
Ese puente por el que no pudo cruzar el invasor francés,
pero por donde si pudo entrar para el resto de España, la primera constitución
que hablaba de libertad y derechos.
El nombre del hotel elegido es como una premonición de estos
días se llama “Hotel Sal y Mar”. No se
puede empezar mejor.
Cádiz nos llama. Está ahí. A tiro de sal y brisa. Deshacemos
las maletas. Nos ponemos la ropa de los que esperan disfrutar y nos limpiamos
los ojos de horizontes repetidos.
Ponemos proa a la blancura de un mar de historias y
acompañados siempre de gaviotas que serpentean ilusiones, nos dirigimos donde
la libertad dijo la primer palabra.
En el aire, Camarón de la Isla, un “cañaílla” (*) de pro,
nos remueve los entresijos del sentimiento, “con la breve eternidad de sus
cantes”. (Félix Grande, dijo).
La “solea”, rompe las barreras de los sentimientos, con toda
su belleza:
“Un reloj es mi
existencia
que camina noche y día.
despacito en mis
pesares
y ligero en mis
alegrías”.
(*) Cañaílla, nombre
que, cariñosamente, se les da a los habitantes de San Fernando.
Hola Juan Luis: Con tu permiso he compartido esta entrada en mi facebook para que mis conciudadanos cañaillas vean que los que vienen a visitarnos aprecian nuestra tierra y ven la belleza que la rodea y lo original que es su entorno. Gracias por las palabras que has dedicado a mi Isla y te felicito por lo bien que conoces nuestra historia.
ResponderEliminarUn beso cañailla.
Leonor
AY, Juan ! una maravilla descriptiva . Mientras leía inan pasando por mis ojos los lugares y por mi corazón sus estados de ánimo.
ResponderEliminarEs una joya. La descripción es la estrella pero también brillan algunas metáforas . Leerte es un gozo absoluto. Alimenta el alma.
..." nos limpiamos los ojos de horizontes repetidos "... me meta de amor.
El homenaje de mi admiración y mi cariño.
Una descripción tan precisa, tan entrañable y sensible que no queda más que desear conocer un día ese lugar que tan bien queda pintado por vos.
ResponderEliminargracias y besos!!!
Espero que te lean muchos "cañaillas" porque has hecho una descripción tan bella que es como para sentirse orgullosos de su ciudad.
ResponderEliminarVamos que no descarto pasear por esas calles.
Besos.
Bonita descripción de un pueblo que visité hace muchos años.
ResponderEliminarSaludos
No se puede elegir mejor sitio ni con más "salada claridad"
ResponderEliminarGracias por compartir!
ResponderEliminar=)
Bella tierra a la que desde Extremadura, mi tierra, he acudido a menudo a traerme la retina y el alma repletas de mar y sal,de brisa y arte.
ResponderEliminarBuena descripción.
Saludos.
A los buenos domingos, Juan!!! Y mira que hemos disfrutado de las tierras andaluzas, pero no hemos estado en San Fernando, cosa que habrá que remediar habida cuenta de las descripciones que te has marcado.
ResponderEliminarUn abrazo
Mira qué curioso, Juan. El año pasado veraneé en Cádiz y dentro de una semana celebraré con un grupo amplio de poetas un encuentro para celebrar el equinocio en el islote de Sancti Petri. Ya te contaré cómo sale pero va a ser precioso.
ResponderEliminarYa no me ha hecho falta ir a la tacita de plata este verano. Me la has traído tú hasta Sevilla.
Un beso
Se siente Andalucía :-)
ResponderEliminarUn abrazo.
¡FELICIDADES POR TU ANIVERSARIO.... APASIONADO POR LA VIDA...... AMIGO JUAN! ¡MUCHAS BENDICIONES PARA VOS Y TU AMADA COMPAÑERA DE VIAJE!!!
ResponderEliminarUn bello viaje, Juan. Imagino que con mucha alegría.
ResponderEliminarSaludo enorme hasta allá.
Me llegan con tus palabras la brisa del mar, el olor a sal y la luz de Cádiz. Algo conozco de su costa y sus pueblos blancos, aunque San Fernando precisamente no. Queda para el próximo viaje, sin falta.
ResponderEliminarBesos
¡Uy, qué bonito! Estuve en Cádiz de jovencilla y de más mayor y ahora me encantaría pasear por sus calles blancas, cerca del azul plácido de su mar, tal como lo recuerdo.
ResponderEliminarUn abrazo