Foto de Gelo Charro
La
tarde pasa, empujando soledades en el pueblo vacío, pero se detiene en el
quicio de esta puerta con sabor a historia y vida.
Todo
está en su sitio justo, como si un consumado director de escena lo hubiese
dispuesto de antemano.
Pero
aquí no hay tramoya. El cojín que galantemente el marido ha cedido a su esposa,
para mitigar la áspera dureza de la piedra, no es de atrezo.
La
mujer le saca partido a sus dioptrías, para remendar descosidos o poner cenefas
a la tela de viejos camisones, con el fin de seguir dando vida útil a los
retales. Ella desde joven y pobre, aprendió que nada sobra y que todo puede
volver a utilizarse, aunque no se hubiese inventado la fea palabra “reciclaje”.
Sus
cuerpos no necesitan de sus necesarias apoyaturas, al estar recostados a la
tosca piedra del muro, que muestra los costurones que los años y las
inclemencias han ido dejando en su fábrica. Por eso el bastón y la garrota
descansan cerca, prestas a ayudar a soportar los titubeantes primeros pasos
doloridos por la quietud y los años.
Al
igual que ellos, la casa vieja y cansada, tiene una dignidad de limpieza y
noble señorío.
Ese
dintel de piedra berroqueña, el cemento de la acera y el banco de nueva
factura, son el alegre mensaje de que todavía queda vida por vivir y pespuntes
que dar a la existencia.
El
hombre, en su trono de piedra, con el singular cetro de su cayado y coronado
por su sempiterna boina, tiene la dignidad del hombre justo que muestra la
historia de su trabajo en los sarmientos rugosos de sus dedos y en la artritis
que se anuncia por la posición de sus manos.
Pero
su mirada, al igual que sus ropas, sin arrugas, tiene la tersura de los hombres
que no tienen dobleces y que saben mirar de frente a la vida que les toca.
La
mujer, consciente de ese rol que le ha tocado vivir, ya no ayuda al marido en
las labores del campo, pero con su largo mandil como uniforme, se afana cada
día para que la casa mantenga su dignidad y su historia.
Han
vivido tanto que hasta han visto caer, como castillos de arena, otras familias,
otras historias, otras casas aledañas, que bien por dejación de sus dueños, o
bien por ventajosas permutas o jugosas ventas para nuevas construcciones.
Ellos
han sabido aguantar, colocando piedras nuevas, tapando las covachas donde moran
las lagartijas cuando el sol aprieta, tejando humedades, jalbegando zócalos,
apuntalando recuerdos y vivencias.
El
viejo azulejo con el número 75, ha sido sustituido por una moderna e impersonal
chapa con el número 35.
Hay
mucha muerte, mucha ausencia, mucha deserción y mucha historia olvidada entre
ambos guarismos.
Pero
ellos, al igual que la puerta de su casa, están hechos de otra madera y se
sujetan al pueblo y a la vida, con gruesos clavos de recuerdos y esperanzas y
salen todas las tardes a ver pasar la vida, curando su soledad con amor y
compañía. La llave del portón de su felicidad está a buen recaudo.
No
os engañéis: parecen ceniza, pero ascuas de luces nimban la tranquilidad paciente de sus
figuras.
¡Qué maravilla de foto y qué maravilla de texto!, me ha emocionado la descripción que haces de toda una vida y el apunte que das sobre la placa del número. Me encantó por su realidad y por su belleza literaria, bien redondeada con ese final insustituible..
ResponderEliminarNo sé qué decir, la verdad, no sé qué decir. Permite que copie un trocito de tu relato:
ResponderEliminar"Pero ellos, al igual que la puerta de su casa, están hechos de otra madera y se sujetan al pueblo y a la vida, con gruesos clavos de recuerdos y esperanzas y salen todas las tardes a ver pasar la vida, curando su soledad con amor y compañía. La llave del portón de su felicidad está a buen recaudo".
He tenido la suerte de ver esa historia en mis abuelos, por ambos lados. Vivíamos en el campo, cerca del mar, la casa era grande y mis abuelos vivían con nosotros, con mis padres y los 4 hijos de los cuales yo soy el mayor. Yo ví eso, Juan; vi a mis abuelos juntitos hasta el final, yo los veía por las tardes, tomando el sol sentados detrás de la casa y cogidos de la mano.
Muchas gracias Juan.
Un abrazo
Me pasa como a Valaf: es tan exacto y expresado con tanto tacto que añadir algo me parece inútil... Sino repetir tus frases :
ResponderEliminar"La llave del portón de su felicidad está a buen recaudo."
"apuntalando recuerdos y vivencias."
Y estas dos placas... un espacio de 40 (¿años? quizás), como la otra cara del espejo... y me pierdo ;)
Gracias por este trozo de vida que nos has permitido disfrutar hoy.
Un beso.
¡muy buen relato descriptivo y ambientado Juan!
ResponderEliminarLa foto es preciosa porque recoge un momento de los que van quedando pocos.
ResponderEliminarY tus palabras me han gustado mucho porque revelan el amor que le tienes a estas escenas, ¡ah, qué ancianos tan tiernos, cuánto habrán vivido!
Todo ese recorrido que nos haces, ya lo pienso yo también cuando veo algo parecido.
Mi abrazo admirado.
Me ha encantado esta entrada.por el contenido y por la forma de tratarla,sencilla y sentida.
ResponderEliminarCreo que no apreciamos lo suficiente la vida en los pueblos,que más bien la despreciamos sin darnos cuenta de que en ellos la vida es más parecida a lo que debiera ser la vida que en la ruidosa y desquiciadora ciudad.Y es que vivir plenamente no es sinónimo de prisas...
Saludos.
Es un homenaje perfecto a la vida tranquila y solitaria de los pueblos, a la unión y cercanía de dos personas que llevan juntas toda su vida, donde el respeto y la consideración hacía la otra persona siempre han estado presente, de no ser así, no estarían juntos. También representa el discurrir de los días en el campo, en concomitancia con la naturaleza. Todo un privilegio.
ResponderEliminarEs precioso, también me agradó muchísimo leer tus palabras y disfrutar de esta fotografía.
un fuerte abrazo
Bonita estampa nos has dejado, de las que cada vez se ven menos. Y sí, muestra la imagen el recorrido de una vida de trabajo, esfuerzo, sencillez y honradez. Me ha gustado que inmortalices el momento con la foto y tus palabras.
ResponderEliminarSaludos!
Una delicia, Juan. Leerte y complacer la vista con esa imagen tan, tan tierna. Creo que, si nos empeñamos en resumir al máximo, se trataría de Amor. El verdadero, el que vence las pretensiones del tiempo, los egos, las tormentas. Lo único que sobrevive es el Amor. Ahora bien ¡Cuánto tiempo hay que esperar para conocerlo! ¿Verdad? Un abrazo largo. amigo.
ResponderEliminarQué vida más tranquila se respiraba antiguamente, cuando nuestros abuelos, tenían tan pocas comodidades pero se les veía con tanta paz disfrutando de lo poco que tenían.
ResponderEliminarYo recuerdo que en los pueblos las puertas de las casas estaban siempre abiertas no se tenía miedo de que entrara alguien a robar sus casas parece como si antes no se conociera tanta maldad como hay ahora, que hoy en día, aún cerradas a cal y canto y blindadas las puertas, entran a robar.
Me ha encantado la imagen, una entrada entrañable.
Un beso.