Fotografía de Nancy Lu.
Se
llamaba Pablo y era mi mejor amigo. En clase compartíamos pupitre, juegos y
secretos. Bueno, pocos secretos por su parte, porque en Pablo siempre había una
coraza de melancolía, coraza que nunca pude traspasar. Y no es que fuera
triste, había una viveza alegre en sus juegos. Era desprendido y locuaz y un
seguro y asequible compañero, aunque de vez en vez, un ramalazo de amargura
borraba su sonrisa, cortándole las alas a la alegría juguetona de su juventud.
Alguna vez fui a su casa, donde conocía su madre, siempre de luto y silenciosa.
No tenía padre. Había muerto. Nunca supe el motivo de la temprana muerte, ya
que tanto Pablo como su madre, evitaron siempre dar explicaciones. Y a mis 11 ö
12 años, tampoco me interesé demasiado en conocerlas.
Pablo
era muchísimo mejor estudiante que yo – cosa nada difícil, siendo yo la
comparación- y sacaba notas brillantes en todas las asignaturas, con la
excepción de Religión, Gimnasia y Espíritu Nacional,(recuerdo haberle oído
decir, que aquello eran gilipolleces)
Debo
decir, en honor a la verdad, que me ayudó bastante en la comprensión, difícil
para mí, de las Matemáticas, la Física y la Química.
Yo
poco podía hacer por ayudarle, en todo me superaba. Traté de hacerle ver que
era una pena no sacar mejores notas en la Tres Marías, pero mis consejos caían
en el olvido.
Hubo
un trimestre, en que mis notas no fueron muy buenas que digamos y mi padre se enfadó
bastante y no contento con castigarme, trató de indagar el motivo de aquel
descenso en mi capacidad de retener conocimientos..Habló con un profesor que
conocía. Nunca me dijo que profesor, pero si su recado.
:-
El motivo de tus malas notas es la compañía de Pablo, no es un buen ejemplo
para ti.
No
pude entenderlo. No sólo es que Pablo fuese educado y circunspecto en casa, es
que además, y eso lo sabían mis padres, él me ayudaba cada vez que me atascaba
en cualquier asignatura.
Después
supe, que a pesar de ser el alumno de mejores notas del curso, le habían
denegado la beca a la que era merecedor.
El
día de Todos los Santos, se hacía como
una especie de romería callada al cementerio. Y digo romería, porque a pesar de
la tristeza otoñal del día, a pesar del luto de las mujeres, las coronas de
flores y el semblante circunspecto de los hombres, recuerdo a los chicos
felices jugando en la explanada anterior del cementerio y comprando chucherías
y refrescos en los puestos instalados en el paseo.
Yo
iba acompañando por mi madre, llevando un ramo de flores, cuando vi, sentado en
un banco próximo a la entrada, a Pablo. Estaba solo.
.-
¿Qué haces?
.-
Esperando a mi madre, no quiere que pase.
El
brillo de los ojos de Pablo, se había apagado: La tristeza pugnaba con la
fuerza de sus labios apretados.
Mi
madre y yo, visitamos las tumbas de nuestros muertos. Mientras mi madre rezaba,
yo me paseé por las calles del cementerio, mirando anacrónicas fotografías, tan
sin vida como sus modelos.
Al
fondo del cementerio, un espacio grande y cuadrado, con una pequeña tapia
blanca, parecía como apartado del resto. No había cruces ni coronas, ni lapidas
de mármol blanco, no parpadeaban lamparillas, ni letras de molde doradas, ni
fotografía en sepia. Solo fosas de tierra, enmarcadas con cal blanca con el
triste anonimato de su dolorosa soledad.
La
madre de Pablo, quieta, de negro, sola, sin lágrimas ya que enjugarse, tenía la
vista perdida, en un punto del horizonte, lejos del cielo prometido, pero al que
no todas tienen derecho.
Dos
mujeres que pasaban por mi lado, la miraron. Oí decir a una de ellas
:-
Su marido era “rojo”. Lo fusilaron los nacionales en las tapias de este mismo
cementerio.
T e dirá algo amigo Pablo, estés y donde
quieras que estés: suelo ir poco a los cementerios, pero si alguna vez lo hago,
siempre recuerdo tu tristeza de aquel día de Todos los Santos y la mirada vacía
de tu madre.
Otras historias en el blog de CHARO
Otras historias en el blog de CHARO
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Hay miradas que se quedan en nuestros recuerdos, por la tristeza que encierran, es como ver el alma en ellas, y hay algunas que como bien dices, se ven tan vacías que estremecen.
ResponderEliminarUn beso Juan
En este caso no queda más que darle la razón a Hobbes. Poco más puedo añadir a unas líneas tan sentidas.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Vivencia traumática para un chiquillo de la edad de Pablo. Sin derecho de ninguna clase, ni siquiera el de llorar a su padre. Pero seguro que no necesitaba esta visita mundana para acordarse de él: lo llevaba en el corazón que es donde mejor duermen nuestros seres queridos.
ResponderEliminarUn abrazo grande, Juan.
Sin duda, una poderosísima razón para estar triste, para no querer saber nada ni de religión ni de Espíritu Nacional (Iglesia y Estado, ambos igual de represores en esa época donde los "rojos" no tenían derecho ni a ser enterrados con dignidad.
ResponderEliminarRecuerdo que tuve que estudiar Espíritu Nacional en un libro escrito por Fraga Iribarne, aquel que dijo que la calle era suya.
Un fuerte abrazo.
Hay tanta realidad en tu relato que se puede imaginar el sufrimiento de ese muchacho y lo que ese hecho debió suponer para él.
ResponderEliminarFantástico, Juan.
Me ha conmovido tu historia y la situación de su padre, que después de todos es ¡tan papá como los demás y quien podría juzgarlo! Está muy clara tu sinceridad y sensibilidad que va mas allá de lo escrito Juan.......
ResponderEliminarHay recuerdos que quedan clavados en el corazón, y jamás se olvidan.
ResponderEliminarTu amigo, Pablo se ponía una coraza para no dejar entrever la tristeza que había en su corazón, debió sufrir lo suyo.
Me ha encantado tu relato de los jueves.
Un beso.
Has recreado un sentimiento muy personal. Enhorabuena.
ResponderEliminarUn abrazo.
Mal comienzo para la vida tener que sentir la pérdida del padre de esa forma y además el desprecio de las gentes que se daban golpes de pecho.
ResponderEliminarBesos
Me he sentido conmovida por el relato de tus recuerdos. Es tremendo lo que tuvieron que soportar tantos en este país durante tanto tiempo. Doblemente cruel en el caso de los niños.
ResponderEliminarBesos
Como dice María, hay recuerdos que se quedan clavados en el corazón y parece que sucedieron ayer.
ResponderEliminarImpactante historia, que forma parte de la vida, de vuestras vidas, de las de todos.
Un abrazo.
Un sentido y emotivo recuerdo el que has hecho a Pablo con tu relato.
ResponderEliminarQué triste y absurdo!!
Un beso!
La verdad es que tu relato me ha cautivado desde el principio al final con un desenlace que no me esperaba.Qué pena!
ResponderEliminarMuchas gracias por participar.
Un beso
Muy buena historia, con un dejo melancólico traído por el recuerdo y el sabor amargo de la tristeza de Pablo, discriminado injustamente.
ResponderEliminarUn beso
Una conmovedora historia, llena de nostalgia y recuerdos, de palabras no dichas, de desvelar enigmas a medida que el tiempo nos hace madurar y comprender. Muchas historias se tejen con parecidos hilos, aunque en distintas tierras, hay tristezas que son compartidas. Muy bien contado Juan.
ResponderEliminarBesos:
Gaby*
Duro, triste, real. Demasiados inocentes han pagado y pagan por el rencor y el odio arrastrado durante muchos años. Pobre niño inocente, pagano de las ideas de sus padres. Enhorabuena por tu relato. Besote
ResponderEliminarMe atrapaste, Juan, apenas piso este blog después de ciertas vacaciones y me encuentro con tu maravilloso relato. No le falta nada, lo dice todo. Un abrazo de color aceituna.
ResponderEliminarConmovedor relato Juan y tan real...Uno va tomando partido en este juego de sentimientos a medida que avanza la historia.
ResponderEliminarUn abrazo.
Un relato muy emotivo, triste y cargado de melancolía.
ResponderEliminarLlega a quien lo lee desde el principio.
Un abrazo enorme.
Además de tanta ternura, tanta realidad y tristeza, me dejaste el sabor del amigo, algo muy muy dificil de obtener.
ResponderEliminarBesos muchos ♥♥♥
Algunas vivencias se tatúan a fuego en nuestro corazón, imposible olvidar todo aquel dolor sin sentido. Buen relato y bello homenaje a tu amigo Pablo al que me sumo.
ResponderEliminarBesos con cariño.
Magnífica historia enhebrada con lo que fue triste realidad y aún sigue vigente en sus consecuencias.
ResponderEliminarSaludos jueveros.
Bien por tu relato Juan L. Hay injusticias que claman al cielo. Manuel Rivas habla de ellas en su columna de hoy.
ResponderEliminarUn abrazo!
Lo más emocionante y a la vez, triste y real de esta historia verídica es que lo explicas con tanta naturalidad y franqueza, sigue sin resolverse a día de hoy. Hasta tal punto se están adoptando medidas extraordinarias que tratan de distinguir y separar a los niños/as de ahora al igual que hacían con los de entonces. Coartando derechos y legalidades en contra de la democracia.
ResponderEliminarun fuerte abrazo
Tu relato me ha despertado recuerdos y emociones de esas que arañan el alma. Hay vivencias que se marcan en el corazón cuando niños y afloran en las letras de adultos.
ResponderEliminarUn beso
Mi homenaje a un momento duro de la historia que merece todo el repudio del que somos capaces y todas las reivindicaciones posibles.
ResponderEliminarTu relato hace mucho por eso. Conmovedor y removedor.
Un fuerte abrazo solidario a todas las razones que te llevó a escribirlo.
Excelente relato y cruda realidad, que algunos tan españoles como el que más, sufrieron por su coherencia ciudadana.
ResponderEliminarTal vez sea demasiado el precio que pagan los que queden para recoger los frutos de tan injusta situación.
El texto envuelve y te retrotrae para recordar algo similar, que para mi, ya en aquella adolescencia, resultaba incomprensible.
Me ha gustado mucho.
Cuentas muy bien una historia de una discriminación de una crueldad atroz. Además, es tan creíble que no hace faalta preguntar si es real; si ese Pablo no existió, han existido muchos pablos.
ResponderEliminarMuy bueno Juan. Un abrazo.