Sintió
preocupación cuando sus amigos lectores le empezaron a decir, que lo último que
escribía estaba amasado con el sabor de la tristeza.
Convencido
como estaba de no ser un buen escritor,
le preocupaba bastante los sinceros comentarios que con cierta asiduidad
recibía de sus escasos, pero avispados lectores.
Cada
mañana se miraba en el espejo y obviando las arrugas de su cara, creía ver el
mismo brillo en sus cansados ojos y la misma determinación en su mirada.
Pero
la noche, con su constante tormenta de relámpagos en las articulaciones, le
anunciaba a su cuerpo que no todo iban a ser facilidades.
Su
aventura diaria de coronar un “ochomil”, consiste en ponerse unos simples calcetines, sin que sus
caderas muestren doloridas sus protestas.
Su
matinal paseo, había ido menguando en el tiempo, según pasaban los calendarios.
De hecho buscaba en el corto espacio de esos paseos, que hubiese algún banco,
donde poder mitigar el diario dolor de sus rodillas, esas puñeteras que le
hacían vacilar a cada paso, trastabillando también su pensamiento.
Y
alguna cafetería donde pudiese descargar los excesos de una próstata averiada y
tomar un café descafeinado, tan sin sabor como empezaba a ser toda su vida.
Cuando
se sentaba delante del ordenador, con la ilusión a flor de yema, cada cierto
tiempo era obligatorio mirar el reloj,
levantarse del sillón, para desentumecer las piernas, que se las notaba
flácidas y sin fuerzas.
O
el suplicio de esa palabra necesaria para redondear el poema, esa palabra
definitiva que él sabía que existía, pero que jugaba a esconderse entre los
arrugados pliegues de su cerebro y juguetona le llegaba a la mente, cuando ya
no había solución.
Como
es natural la casquivana inspiración, no tenía porqué saber, de estas
limitaciones y de tantos paréntesis en la escritura.
Si
leía a los demás, era cuando en verdad era consciente de sus limitaciones
físicas e incluso literarias.
Viajes,
vividas sensaciones, costas, pinares, arroyos, montañas,… todo aquello que
tanto le gustaba y ahora ya no podía repetir. Tabernas, tablaos, teatros, y
conciertos, de eso ya ni se acordaba.
Quizás
por eso, le era necesario hurgar en los recuerdos, restándole a sus escritos la
frescura y la espontaneidad que tanto admiraba en otros.
Olvidaba
todos esos pensamientos y como cada día iniciaba su ritual diario para con la
poesía, tratando de olvidar calambres, vacilaciones y resabios.
Mas
no podía evitarlo, por mucho que le dijeran sus escasos lectores, un cierto
regusto de tristeza, un rimero de sueños no conclusos, un amargo sabor a
impotencia, se le aparecía en el teclado.
Notaba ya, que como él mismo, sus estrofas eran irremediablemente antiguas y
denotaban la falta de la alegre sonoridad de una juventud y una viveza que ya
nunca volvería.
Entonces
empezó a pensar, si merecía la pena seguir…
Sí quieres mi opinión, yo creo que sí. Es más, pienso que es importante que siga este cansado escritor.
ResponderEliminarUn abrazo.
De pronto, he recordado a nuestra amiga argentina, Juan...La he visto sonreír, mientras te leía y estoy segura que te envía todo su ánimo e inspiración para que sigas escribiendo. La vida nos prueba a todos y nos quiere fuertes de espíritu y generosos, como tú eres. Asi que esperamos seguir leyéndote aún mucho tiempo.
ResponderEliminarNo te cierres en una idea,hay muchas formas de ver y sentir el paisaje, amigo...Lo sabes.
¡¡ARRIBA ESA AUTOESTIMA, NO ESCUCHES A TU MENTE, ES TRAICIONERA Y NOS RETA...!!
Mi abrazo y mi ánimo, poeta.
Dicen que el poeta es un fingidor y espero q así sea y , por si te sirve de algo, ya somos dos pues lo firmo letra por letra.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hay que seguir hasta el final, como aquel titulo de película del oeste "Morir con las botas puestas".
ResponderEliminarUn abrazo.
Quien tuvo retuvo, y cuando se ha tenido mucho lo poco duele, aquí es donde hace falta una mirada positiva alejada de la exigencia personal. Sin comparar, que no me gusta, estoy recordando escritores que nunca se rindieron, algunos dictaron sus historias ante la imposibilidad de escribirlas, otros se apoyaban en manías, puede ser recomendable sin llegar a la de Edith Sitwell.
ResponderEliminarUn abrazote
Merece la pena seguir... es posible que la cubierta tenga algunas goteras, a los jóvenes también se les filtra el agua; pero hay que ejercitar la mente, y la voz de la experiencia nunca puede faltar.
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte.
Siempre merece la pena seguir, aunque a veces se quede la mente en blanco, aunque parezca que solo hay tristeza en las letras. Hay que intentarlo y al final surge un bonito relato como el que has escrito.
ResponderEliminarUn abrazo y adelante siempre.
Mientras la mente no nos gaste malas jugadas, es tiempo para seguir. Hasta el final. Porque ejercitar las neuronas nos sigue haciendo que estén vivas.
ResponderEliminarUn abrazo grande. Feliz día
Pues no, no lo había leído, ¡menos mal! porque si no te echo la bronca con la confianza que me da ser lectora asidua tuya. Es ahora que ya han pasado dos meses y me he encabronao leyéndote...
ResponderEliminar¿Dejarlo? ¡ni se te ocurra!, si no lo haces por ti, que es por quien lo debes hacer, hazlo por tus incondicionales que somos muchos, así es que ya sabes...
Los achaques son síntomas de que estamos vivos, así es que p'alante como los de Alicante.
Un beso grande.