82 AÑOS

Parece ser que ya he llegado a viejo.

Sé de memoria la historia de mis arrugas,

esa extraña orografía que cada mañana,

se empeña en enseñarme el espejo,

el mapa que la vida me ha ido esculpiendo

con un cincel de risas y de penas.

Desde arriba de estos años,

tengo la mirada más limpia,

la vista es más amplia

y juego con la ventaja,

de poder dar sabios consejos

ya que no puedo dar malos ejemplos.

Aunque la vida se empeñe en repetirse cada día,

he aprendido a viajar,

 a conocer nuevas gentes,

a emocionarme y pensar

a conseguir nuevos amigos,

a despertarme cada mañana, con una ilusión nueva.

A comprobar  cómo se rejuvenecen, (esas, sí),

las flores en cada arriate y en cada primavera

y como se agostan los nuevos profetas

que intentan seducirnos con engañosas máscaras.

He llegado a viejo,

pero intento cada día, y a veces lo consigo,

que los sueños sean asequibles,

los deseos oportunos

y las realidades a mano y al contado.

Escribo, para seguir siendo libre

y para que no me emborronen los poemas

los malos ejemplos recibidos.

Y cuando me falta la poesía,

busco la caricia de la música,

esa bella y apasionada mujer,

por la que no pasan los calendarios.

Y, sobre todo, me esfuerzo cada día

en prestar atención al mar y sus  interrogaciones,

a la alegre letanía de los pájaros,

cuando el sol declina,

a la sonrisa de mis nietas, que tienen la virtud,

de poner en positivo todos mis chequeos.

Y sobre todo ELLA, ese remanso de la infancia.

esa penúltima caricia,

la última palabra de todos mis poemas.